Nada nuevo: más humano, más alimento para el desierto íntimo,
tanta compañía, tanta evocación que tanto vacía,
desraizar el desarraigo con la mano fría del destiempo;
viajo a tu lado hermano, con la dinamo del daño fratricida.
¿Cómo envidiarte o vanagloriarte, ajusticiarte o perdonarte?
Si somos patéticos pájaros de barro,
pasajeros en el columpio del desvarío
que viene y va a ninguna parte,
efímeros estandartes de la tirana evolución.
Más funambulismo en el abismo cotidiano
que se amamanta de la fuente que mana de nosotros mismos.
Allá el amor, allá la muerte: la virtual equidistancia
en la cuerda imaginaria que se corta rauda
hacia la pura inexistencia.
El incesante anhelo de jalonar el misterio,
medrar y medrar hacia tanta verdad etérea;
una vez secuestré el instante, me nombré señor del momento,
me liberé del cautiverio de la primigenia soledad.
Revoloteo por el cielo de las palabras
hacia el cenit de la ensoñación;
un céfiro sin ambición juguetea
con el pañuelo de la esencia,
cegado de memoria, sordo de corazón,
bailoteo con la callada dama de la ausencia.
Gastadas la suelas de las palabras
por la larga vereda de la contradicción,
olfateo las huellas cálidas de la dulce pérdida,
recojo las esquirlas que va dejando el alma
hacia la hurera de la aceptación.