En un acto de temeridad, un acto casi suicida, el sábado me di un paseo por Madrid. Quería ver cómo era esta España, en esta dictadura que se dice que ha llegado, casi sin darnos cuenta.
Lo primero que comprobé fue que, en este Madrid en dictadura, lo de aparcar un sábado por la tarde sigue siendo imposible. Por fin, en un parking público, conseguí aparcar. Y, armado de valentía, inicié mi paseo por las calles cercanas al Retiro. Vi con mis propios ojos que las terrazas estaban llenas, los restaurantes abarrotados, los locales de comida rápida, igualmente. Ajenos todos a todo.
Sin ver aún los efectos de la nueva dictadura criminal, llegó la madrugada.
Tocaba la hora de tomar una copa, intentando ver en algún momento la dictadura triste y criminal que se dice por todas partes. Y me metí en el Retiro, que curiosamente hay unos locales destinados a discotecas. Vete a saber por qué en un lugar así hay ese tipo de negocios. Bueno, yo me imagino por qué, pero esto no viene al caso. Pues bien, en la discoteca, que también hay restaurantes, el ambiente era igual de festivo, igual de lleno. Chicas bailando, chicos bebiendo, nada de nada de la dictadura…
Me fui a casa, sin ver lo que mi padre me contó, lo que era una verdadera dictadura.
Lo que sí vi fueron unas personas, con banderas que no supe reconocer. Imagino que me faltan conocimientos históricos. Vestidos con ropa de caza, dando gritos, insultando a todo lo que se les ocurría…
Seguiré mis paseos madrileños para encontrar eso que están diciendo. Porque la vida en Madrid sigue siendo igual que siempre, con sus luces y sus sombras. Cañas y libertad.