Me asusta el mutismo
de las puertas cerradas,
deshacen mis palabras,
escapan,
buscan hendijas
para atravesar bullicios
o se pegan en mi herida piel.
En las mañanas,
los mudos pestillos
son cómplices del misterio
que se vuelven eternos
ante la ansiedad de mis deseos.
En una hora de luz y sombra,
de trémulos fulgores
la hiel de los recuerdos
trepa por mis muros,
deja huellas de color cenizo
en las llamas de mi sangre.
Y me pegunto otra vez…
qué fantasmas se esconden
atrás de los maderos
de incrustados cristales
cubiertos por pesadas cortinas?
Permanecen cosidas a los sueños,
son insolentes con el ruido
de violines que entonan
algún domingo vacío.
Y yo, al revés de la vida
camino lentamente
sobre pavimentos
con historias vacías
en busca de un perfecto milagro.
Tras el dintel empotrado
en techos de sándalo
y umbrales de bronce
danzan mis sentidos
con cadencia y ritmo maternal
en el vacío de los opuestos,
en sintonía
con la intangible y exacta
nota de una melodía
desobediente a mis impulsos.