La chica estaba pálida, a punto de desmayarse,
sus ojos tenían el tinte ceniciento del mar
y el sol ruboriza los rascacielos, ígneo.
Yo miraba, estaba allí, a tiempo de evitar
que cayese pues llevaba dos días sin comer,
era su última oportunidad, pasaba por allí.
Su historia no era muy diferente de otras:
su chico la había dejado en la estacada
y pensaba seriamente en suicidarse.
Compartimos el que sería su último bocata.
Esperaba impresionarla, que cambiase de opinión.
Le hable de las oportunidades de la vida
como lo hubiera hecho el mismísimo Shakespeare:
Amar, vivir, tal vez follar… ¿O era soñar?
¿Qué hay de malo en la vida, en la belleza?
Pero no sé si dio resultado, no volví a saber de ella.
(Poemas litorales)
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Nada, no hay nada malo.
Me ha gustado el mensaje y poema.
Me has traído el recuerdo de la canción de Pablo Guerrero : “Dulce muchacha triste”… te paso esta versión de Víctor Manuel…
Saludos.
Estos poemas historia - que cuentan - son de mis preferidos, y desde mi punto de vista de los más difíciles de ejecutar, porque requieren encontrar el tempo narrativo, cuando se logra me resulta genial. En tú poema lo encuentro.
Saludos
Una historia muy bien contada, en la que el final no se sabe si es la vida o el suicidio. De todas forma creo que para ella era tan malo un final como otro.
Buen poema.
Un saludo.
Muchas gracias, Pedro. Es una canción preciosa. La de recuerdos que trae… Saludos, amigo
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Gracias por tus palabras, José Antonio. Saludos y buen sábado
Gracias, compañero. Saludos y buen día
Acompañar, abrir nuevos caminos; la decisión final es de cada uno. Saludos.
