La bruma surge evocadora
como el humo de una pipa romántica
sobre una lánguida mar en calma.
Desde tierra una mujer observa
lo que en la bruma se ha escondido,
agua, brillo y sal
y el sol, una orquesta de oro
tras la cortina, danza en la montaña.
Una barca se aleja
desdibujada en la muerte de los sentidos,
arrullada por la atrayente bruma,
acogida por unos brazos húmedos
por las gotas suspendidas, plateadas,
que se clavan como guijarros traslúcidos,
y la mujer en la ventana
con la mirada ausente,
ausente de vida, tiniebla gélida,
la bruma le ha vendado los ojos
ciega ante la vida, perdida.
Ya no hay cielos de ébano,
ni guirnaldas de estrellas,
solo un naufragio de amor
piel ardiente que se incendia solitaria
al dolor del silencio condenada.
Bajo un palio de olvido
la bruma procesiona callada…