¡Calla, boca, calla!, dije.
¡Calla, boca, calla, aguarda!
Apacíguate la ira,
que furia justificada
no justifica la ofensa.
Pero mi boca, ¡tan brava!,
el juicio quiso emitir:
dijo lo que yo pensaba.
Y un silencio lacerante
dejó la puerta cerrada.
Se congelaron los sueños
y la noche se hizo larga
y hubo un sufrimiento cruento
y lágrimas enjugadas.
Pasaron casi dos años
en que no sabía nada.
Pendiente estuve a la puerta,
pendiente a que contestara
algunos de mis mensajes.
Mas pasó la etapa amarga…
Hoy, ya he pedido disculpas.
Mi boca es más mesurada.
Gracias por sentirse identificado, por leer y por su opinión en cuanto a mi destreza. Me siento más cómoda, si, con las estructuras poéticas clásicas.
Un cordial saludo.
Qué lindo responderme con poesía. Gracias.
Sí, esos arranques de juventud no dejan nada bueno. Ya he aprendido a decir sin molestar. Es experiencia que denota, también, educación.
Un abrazo cálido.
Feliz día.
Cierto, Marvuela. La boca no adiestrada no procesa, suelta, y nos deja, muchas veces, mal parados. Cuando superamos el mal momento, reconocemos que la tormenta era mayor en nuestra mente y que hubiese sido mejor evitarla callando.
Gracias por leer mi poema e identificarte con él.
Un cordial abrazo.