En una balsa de traviesas
viajan tristes las almas
a un horizonte perdido
entre angustias y dolor,
les sirven de compañía
el hambre, la miseria,
el dolor y la congoja.
El mar dejó de ser azul
y ahora viste un gris plomizo,
el cielo abruma desde arriba
con su oscuridad espectral
mientras las gaviotas negras
caen al agua extenuadas
hartas de su vida miserable.
La supervivencia y la muerte
retozan como el gato y el ratón
en un universo hostil e infame,
habitado por la desesperación
y la compañía de cadáveres
que alguna vez transitaron
dulces campos de exterminio.
Algunos ven un resquicio de luz
más no hay atisbo de esperanza,
el mundo es cruel para el hombre,
jamás debió morder la manzana
pues el castigo eterno es vagar
por mundos adversos y salvajes
donde aguarda la putrefacción.
La vela se resquebraja al viento
mientras rugen las espumas
entre maderas podridas,
la existencia se asoma al abismo
y no se distingue luna o sol
en un mar zaino e inhóspito
que nos acoge en sus aguas frías.
La Balsa de la Medusa, Théodore Géricault, Museo del Louvre, París.