La azafata

De volar casi siempre temo al despegue. A las hélices de este avión de bajo costo que se mueven de un lado a otro y hacen dudar de su estabilidad. A las sillas roídas hechas de cuero sintético. Sin darme cuenta, comienzo a recorrer los rostros de los pasajeros sentados al rededor y en algunos veo su indiferencia, por la costumbre, y en otros la ansiedad de la novedad que les significa surcar los cielos.

Como estrategia para afrontar todo este miedo, por lo general, veo a la azafata. Algo en ella me relaja. Hoy particularmente miré sus ojos claros, de esos que escogen por un sesgo positivo a lo caucásico en la profesión. Los de ella estaban perdidos. Uno diría que un par de ojos verdes con algo de miel estarían llenos de respuestas. Los de ella no. Yo los vi repletos de ausencia. Es como si de tanto volar ya el cielo perdiera sentido, ese azul perdiera su matiz, las nubes de algodón no fueran más que aire. Como si todo allá abajo estuviera inmóvil, inerte, y por eso perdiera su belleza.

Mi ventana daba al pasillo. Ella estaba sentada en esas sillas que miran a todos los pasajeros al mejor estilo de una obra de Foucault. En acto contestatario decidí mirar igual de perdido hacia ella. Por un momento creí que sus ojos se cruzaron con los míos y existiera algo de respuesta en ellos. Eso pensé, y se me ocurrió preguntarme, mientras la miraba, si es culpa de su oficio esa mirada perdida. Si una persona, de tanto surcar los cielos, se enterara de algo que los pobres terrestres no vemos. Seguramente desde allá arriba miran mucho al abismo. Debe ser eso.

Me sorprendí, cuando en medio de todo ese ruido en mi mente, mientras miraba hacia su asiento, empezó una leve turbulencia. Ella, fiel a los dictámenes de su formación, dijo al altavoz y sin observar a nadie en particular: “por favor, abrocharse bien los cinturones”. Luego, seguidamente, y puedo jurar que viendo por primera hacia mi asiento, como si de una respuesta a la pregunta que nunca le formulé, continuó recitando su guion:

“Recuerde, el chaleco salvavidas está debajo de su silla.”

Me reí por dentro. Y yo buscándolo en sus ojos.

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