Vagaba por las calles del extrarradio, arrastrando los pies sobre el manto asfáltico cubierto de millones de hojas secas, a través de las mortecinas luces amarillentas ahogadas por la pertinaz niebla. En su camino hacia las céntricas calles de la ciudad el trasiego de gente se iba haciendo cada vez más palpable hasta que fue engullido por la muchedumbre en una masa deforme de seres humanos.
Atrapado en el gentío solo era propietario del espacio visual de sus ojos, limitada su movilidad por las apreturas y apagada su voz entre el atronador murmullo de miles de conversaciones y de canciones navideñas. ¿Qué veía? El deslumbrante cielo lleno de luces de colores, los puestos navideños saturados de miles de artículos navideños, los llamativos escaparates incitadores del consumismo, a la vendedora de castañas en su mísero cubil… La última imagen le hacía poseedor no solo de sus visiones, sino también de los olores de la Navidad.
Aspiraba el olor de las castañas asadas, de la pólvora de los petardos (eso nunca le gustó), del chocolate con churros, de los dulces típicos…
Y él echaba de menos la imagen que se clavaba todas las Nochebuenas en su retina, la imagen de la llamarada inmensa que se desplegaba veloz hacía el cielo infinito con la estela humeante difuminada en la espesa niebla, y los olores a leña quemada, a la sidra que se derramaba por sus manos tras salir disparado el corcho, al humo que impregnaba su ropa…, echaba de menos la imagen y el olor de la chisquereta en torno a la cual se reunían todos aquellos que formaban parte de su vida, todos aquellos a quien quería.
Giró la cabeza y sus ojos se encontraron con la mirada de un niño. No sé si fue una ilusión, la ilusión de la Navidad, pero en los ojos del niño vio la imagen orlada en fuego de aquella hoguera.
Y entonces su melancolía se transformó en alegría, en el rostro ALEGRE de aquel niño, y comprendió que la ilusión de la Navidad era vivirla con ALEGRÍA allá donde estuviese.
Nota: La chisquereta es una hoguera que se prende el día de Nochebuena en mi pueblo. Esa tarde, los jóvenes del pueblo van a los pinares a recoger leña que se prenderá por la tarde con todo el pueblo rodeando la hoguera, bebiendo y cantando villancicos. El simbolismo de la chisquereta, o al menos lo que a mi me ha llegado de generación en generación, es que se trata de prender una hoguera para dar luz y calor al Niño Jesús que va a nacer.
Jai Alai significa en euskera Fiesta Alegre. Trata de ser una metáfora de la alegría de la Navidad, simbolizada en el nombre de mi niño, Alai.