—Invitación— (Sí a la Paz)

Invitación perdurable y honesta:
¡hagamos al amor! –exclamo.
La guerra es atroz y despiadada.
El amor por sí solo despierta los
sentidos hacia el viaje de lo hermoso,
en su lugar, la guerra despierta las
personalidades sociópatas y miserables.
El amor en su condición natural arranca
la hierba seca del odio y egoísmo,
en cambio, la guerra arranca las
pieles nobles de la inocencia, y
si no es suficiente oscurece la
conciencia de volar con maletas ligeras.
El amor inspira a los poetas para
cantar versos de perdurable verdad
pero la guerra escribe las crónicas
de una humanidad que perece en
el vómito férvido del ángel caído.
He visto a criaturas con aspecto de
humanos, que sienten pero no razonan,
–ellos– caminan sin destino,
lo doloroso en estas letras es el instante
en el cual –ellos– invocan a la muerte
a través del ritual de la guerra,
el cinismo se vislumbra con naturalidad,
y se predica la paz en nombre de
la masacre de pueblos enteros.
–Ellos– no son humanos, aún cuando
se parezcan en carne y huesos,
pírricamente son bestias que adoran
con maledicencia al poder desmesurado.
Ante tan oscura y sangrienta Era,
¿qué he decidido hacer?
Invitar a la práctica cotidiana del amor.
¡Hagamos al amor! –Os ruego.
La guerra es muy fácil de comenzar,
y no tiene fecha de caducidad.

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