I
El beso es un fulgor,
la forma en que los labios
callan entre sí y se ahogan
en la tiniebla que producen,
mientras la saliva cambia su cauce.
El beso es silencio,
la primera desintegración
con que se consume el amor.
El boleto que cancelan los amantes
cada vez que se hunden
en el temblor incomprendido
de saberse uno indivisible
mientras arden los labios.
Es muerte y es eternidad,
en el instante en que ocurre.
Es ese ahora
que no deja dudas
sobre tu forma de amar,
y también de traicionar
cuando se entrega en la mejilla.
II
Todo es caprichoso y falso,
menos el abrazo.
Presume de la potencia del árbol
es la seducción con que una nube
cubre la cima de la montaña,
el obstinado ritual del ave
que transforma su plumaje en sangre.
Todo es incierto y movedizo
menos el instante
en que el abrazo se hace roca.
Ocurre cuando los guerreros se despiden
convencidos de su muerte.
También cuando los amantes se reúnen
y se refugian el uno en el otro,
para blasfemar de la soledad que los habita.
El abrazo fue creado por los dioses
para que los hombres pudieran darse cuenta
que la eternidad es pasajera.
