A la poesía no hay que entenderla.
En el sentir está el comprender.
Los mejores poemas nacen bajo influjos:
enervado, ebrio,
enajenado de amor
en el dolor de todo destierro
de alma o cuerpo…
Trotando en poesía salvaje,
desertora de academias
transitamos un paso atrás de la realidad
escondido de la lucidez
donde simplemente se vive
rumiando parsimonioso las horas.
Es repliegue involuntario
de repente metáforas golpean la nuca
la abstracción arroja polvo a los ojos
ciego del mundo
abandonado de sí mismo
sumergido en todas las cosas
en la dimensión de los ausentes
de los insumisos a su sino
llegas al quirófano de los alumbramientos
a ofrecer la última costilla
anestesiado de pasión.
Que hipocresía lamer para evitar mordidas.
Qué ruindad sumisión de ideas en vez de lucha.
Manecilla fiscalizadora en lugar de segundo intenso.
Consuetudinario por neurosis de angustia.
Es por eso que nacen poemas violentos,
furiosos, renegados y derrengados.
Es por eso que salen de su escondite
encandilados, pálidos, presurosos,
urgentes, a media desnudez a veces.
Así me agradan, me bastan.
Llenan el grosor del alma.
No permitiré que la sobriedad los contamine.
Ahora mismo,
se esponja un verso levadura,
fermento palabras
se espuma en este tarro frente a mi,
estalla burbuja de luz etílica.
Hay que embriagarse
-solo los que somos un poco cobardes-
para saberse doblegar
y afrontar todos los abandonos
soltarse hasta no tener nada ni nadie
solos con la soledad liberadora
y que la poesía diga
como realmente eres.
Soltar llanto y risa
que enlace en la rima de la vida
ser agudo verbo
adjetivo que vive y muere
declamado por todas las pasiones
resonar en fuetazos del mar
en la explosión vegetal terrestre
en terribles tormentas celestes,
en los destellos de todos los colores
que tarde que temprano engrisan,
en lluvia pertinaz que escribe,
gota a gota, la palabra melancolía,
jeroglíficos líquidos en la ventana
que nos hipnotizan un instante
evadidos, inmateriales en tiempo y espacio.
Aprovechar el influjo para ser.