Al final, nuestra entrega florece, rutilante,
más allá de nombres y de mundos,
pues somos uno en nuestro abrazo,
infinitos y mortales,
frágiles en nuestra inercia,
transmutados, gloriosos de sol y verdor,
compartiendo camino y respiro
y llevando la fragancia de tu alma
a donde el tiempo muere y se renueva.