Una flor emerge
en las puertas de la mente;
las epifanías saltan,
el aroma de lo perdido trasciende.
Sus raíces se queman…
En un rincón,
la armónica agonía
de recuerdos moribundos
esparcen su malestar.
Su tallo se desnuda…
Cada vagón de la memoria
termina en un incienso decadente,
todo se aferra a la perdición.
Sus pétalos se esfuman con el humo…
La última bondad, esa única flor,
se apagará en la hora de la desdicha
y su néctar será recogido por fantasmas
adictos al polvo y a la muerte.