Imprecando al altar

Me visto de calma y de tempestad.
Mi rostro es la niebla que quejándote traes.
Quién más pudo siempre reflejarse en su mar.
La cadencia de mis pasos va más allá
de adonde sueñan llegar.
Soy tan sólo un humano más
fumando su paquete diario, imprecando al altar.
Subastada está la carne en la Plaza de la Paz,
todo el resto está a mi alcance.
Su recinto inmemorial no guarda circunstancia,
allí todo está de más.
Yo vigilo pues su entrada
con mis armas en la mano:
saco brillo a mi puñal,
se me antoja muy gastado
pero eso ya fue tiempo atrás.
Ahora estoy a salvo de miradas aciagas
ya muerto a quién iba a importar
si soy vuestro desde el momento de ya
y no me acuesto si esto no sale
como bien debiera.
Puesto ya a concretar
en mi parabólica insana
soy la peste y el caos.

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En tus versos se encarnan dualidades, vistiendo calma y tempestad, y reflejando tu mar interior.

Destellos de protagonismo del propio caos.

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