Desperté escribiendo
horizontes
que iracundos,
seducían
mis voces.
Famélica
el alma buscaba
fruta madura,
en jardines oscuros.
Sembré sueños en un pantano
labrando residuos de manos jugando…
Desperté y semidormida
escribía,
de aquello,
que aún no es poesía.
Pesadez que no cesa
en el sereno,
luego del beso,
de la noche.
Y dibuje castillos de arena
sobre hojas en blanco,
y hombres descalzos.
Entregué bizcochos
a la mujer de negro,
que llora.
Y no desistió la mañana
alentada de una nube
enamorada,
de aquella efímera
imposibilidad.