Existen horas de infierno,
en que la luna entra en sombras y el sol desaparece.
Vuelven a nuestra memoria recuerdos inexistentes,
de mundos imaginarios, realidades construidas,
fotografías no tomadas, sueños nunca realizados.
Llegan horas en las que el vino más fuerte nos resulta insípido,
las canciones más alegres resuenan en agonía,
y nuestro ser olvida a Terpsícore.
Hay horas indescriptibles y momentos innombrables;
nos abandona Erató y desechamos a Serrat,
a Bécquer, a Lorca.
Horas en las que no importan las oscuras golondrinas,
nos volvemos insensibles ante el cri cri de las margaritas;
Lucía nunca existió y nadie nunca fue poesía.
Horas llenas de dolencias,
en que las rimas se olvidan,
los versos pierden cadencia,
la inspiración no es amiga;
nos lanza letras una tras otra,
arroja insultos y maldiciones,
la conciencia se pierde y el corazón nos delata.
Hay horas en las que nos habla el reflejo en el espejo,
nos insulta, nos arrolla… ¿por qué?, una y otra vez.
Horas en las que anhelamos creer,
para culpar al creador, decirle: ¿por qué me hiciste?
Horas en las que se escuchan mil voces en el silencio, mas abrimos las ventanas sin importar lo que entre. Pero la aguja del tiempo no cesa su movimiento, aunque nos llegue una hora tras otra hora sombría.