Ocurre desde pequeño,
y me sigue ocurriendo,
tan molesta
enfermedad que reseño;
auguro irá viniendo
siempre presta,
y para desentendidos
a explicar me dispongo
lo que aqueja:
imaginen a sus oídos
cual en constante resonar,
tanto veja
mi cuerpo esta afección;
de oído pasa a panza
(se retuerce),
y, como si fuera ficción,
todo yo está en danza,
¡a joderse!
Por más insultos que diga,
santos a los que suplique,
ya comenzó,
proceso que me obliga
a que a nada me aboque,
a mí entró.
En extremo sorprendente
es ver que simples palabras
van rompiendo,
que tanto logre la mente,
y, como antigua pobra,
quedar siendo.
¡Viene ya la hipocondría!
Me duele todo el pecho,
la cabeza,
los brazos y la hombría;
luego digo con despecho,
¡es pereza!
Y alguien va y sugiere
tal cuadro o tal aflicción,
¡mal agüero!
¡Esa conjetura me hiere!
¡Esperá otra ocasión!
Día cero,
hoy los síntomas arrancan,
y seguro nada tengo,
dicen todos,
¡fijensé! Quizá encuentran,
ignoren cara que pongo,
¡ay! ¡Mis codos!
¡Basta, basta! ¡No me toquen!
¡Duele ahí también! ¿No ven?
¡Qué suplicio!
Les pido mucho me cuiden,
todavía no me dejen,
¡es un vicio!
Y marcho para el doctor,
para que me ilumine,
¿qué tal, señor?,
ando con variado dolor,
le pido me examine,
es mi mejor
salida al laberinto,
aunque es mi miedo mayor
vos confieses,
al entrar yo al recinto…
¡No tenés nada, ni rencor!
¿Cuántas veces
ha sucedido lo mismo?
Preguntás como curioso,
“pues no lo sé”,
y lo digo sin cinismo,
no soy ningún pretencioso,
“ubiquesé”.
Pero verdad una sola,
mañana pasará también,
nuevamente
estaré en dicha ola,
¿y en un día? ¿o cien?
Totalmente.