Él, hijo de un simple mortal, siempre se creyó descendiente de los dioses sempiternos, pues su padre, siempre le habló de su madre como «la dama venida más allá de los cielos».
Zherod, jamás pudo conocer a su progenitora, pues al nacer él, ella fue llamada nuevamente a la morada de los inmortales. Su padre, siempre le contó historias increíbles sobre su madre, y que ella, desde lo más alto de la bóveda celestial, y a pesar de la distancia, vigila y protege los pasos de su querido hijo.
«Cuando quieras ver a tu madre, hijo mío,» le decía su padre con la mirada iluminada, « tan solo debes abrir tu alma y cerrar los ojos. Allí estará siempre ella cuando la necesites».
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