Hay demasiadas sombras en la noche.
De noche, lo necesario parece ser menos concreto,
carece de rotundidad. Camino por el campo
con una daga de luz que abre en canal lo oscuro.
Umbrío el paso, el bosque, el horizonte,
el instinto me impele a mirar arriba,
como buscando una respuesta.
Pero ni la belleza de las estrellas ni la magia de la luna
bastan para alumbrar mi suerte.
Hay demasiadas sombras en la noche.
Los pies avanzan con sigilo, lentamente.
Tan solo el corazón se agita como una brasa
espoleada por el aire. Me alejo de la ciudad.
La noche urbana y sus luces de mentira
narcotizan las horas y los sueños.
Hay demasiadas sombras en la noche.
En la rama de un árbol, duerme el pájaro que voló de día.
En las tinieblas se esconde la rosa que emula al sol.
También el río salvado por un puente
no es otra cosa que rumor de agua. Y así con todo…
Hay demasiadas sombras en la noche.
Veo la noche empírica de los astrónomos,
la noche de los amantes, de los fugitivos,
la noche de los que creen y los que dicen «no».
Nadie me cuenta historias junto al fuego.
Hay demasiadas sombras en la noche.
Como poeta, sucumbo al hechizo de los grillos
que adquieren un cierto tono de alarma
como si algún recuerdo llamara por teléfono
en horas intempestivas.
Luego me encuentro un búho, capaz de detectar
un corazón salvaje bajo la nieve espesa.
Y luego están los ladridos de los perros. Me tranquilizan.
Me hablan de una casa próxima, con comida y fuego,
donde la vida tiene un rostro sosegado
y nadie huye de sus propios sueños.
Hay demasiadas sombras en la noche.