Oscuras gaviotas vuelan por mis manos
y una mirada azarosa llega entre el oleaje de mi mar;
el hastío que descansa en la ribera lo recoge
mientras deja sus pies en la arena mojada.
Una de las gaviotas, moribunda,
cae tras volar sobre el azar de los ojos del hastío;
ojos tan represivos y selectivos que disgustaron
del oceánico plumaje de las alas del ave.
Oh, hastío, ser indiferente y desdeñoso:
solitario, pernoctas en la orilla de un mar abandonado
y lo endulzas de tus azarosos ojos de poca tolerancia
para absorberlo galón por galón
y sentirte un dios, dueño de mi vacío infinito.