Quisiera reflejar en tus límpidos ojos
mi anhelado ocaso, en la esperanza
de tu regreso imposible.
Mientras,
con los recuerdos opresivos,
con la tristeza en tu mirada,
con la tibieza en tu pecho,
pervivo en mi amor nulo.
Y el tiempo indiferente pasará,
y las caricias no regresarán;
y en la memoria,
el leve paso de tu existencia;
y en mi cuerpo decadente
ya rendido,
la penitencia mortal.
Tú, amor,
bendita filigrana de oro y plata
que hila mi corazón desgarrado,
brillarás entonces entre la sustancia inerte y dura.
Al fin, sigiloso huido
quedaré para siempre en Ella.
Y tú, alma mía,
eterna e infinita,
morirás para siembre en ella.
Luego, la fatalidad del silencio.