Tú, que con los ojos cual vidrieras
miras al suelo, henchido de dignidad,
y sobre tus rodillas dejas
descansar el peso muerto
de toda una vida de insólitos caminos.
Tú, que pretendes alejarte
del espino de las fronteras
saltando a su través
y te aferras al tallo alambrado
de las rosas y las maldices, sangrando.
¿Acaso tiene la zarza culpa
de ser zarza;
el alambre de ser alambre?
Recorres hacia atrás los pasos
que, siendo niño, grabaste en el cemento
donde se alzan hoy
las ruinas oxidadas de un templo.
Se abre entonces paso
entre la carne mustia
el filo de una espada redentora.
El cielo se ha engalanado
con su mejor luto,
pero se contiene, apenas llora.
La carne no se queja,
abraza el momento preciso
en el que el viejo guerrero
se abre en dos y emerge,
como de un largo sueño,
una rama en flor
por entre sus costillas.
Ya eres libre, guerrero,
en tu dolor, insignificante,
allí donde una vez habitó tu corazón,
y ahora, se alza un almendro;
donde mucho antes la vida te hirió,
que no tiene la culpa de ser vida,
ni de albergar dolor,
pues ya sabías de antemano, guerrero,
que sin muerte no hay honor.
El mérito para mí siempre es compartido, todo lo que yo escribo tiene algo de ti, de mí, de todos… sólo junto palabras que ya existen. El poema entero es precioso!! y tu hermano, un gran compañero para ti, poeta!
“Sólo junto palabras que ya existen”, qué bonita frase. Pero hay que saber cómo juntarlas para que le llegue a la otra persona. Gracias, Marta. Y sí, tengo un hermano gigante