Hablábamos de poesía
cuando dejábamos de besarnos,
de rimas y de ritmos,
de fragancias y venenos.
De grandes poetas
que sucumbieron ante el miedo
de la página en blanco,
de la noche en silencio.
Hablábamos de poesía
fumándonos los poros,
comiéndonos los huesos.
Sus versos se expandían
por aquellos callejones inquietos,
los míos se quedaban
parapetados en sus labios
mientras dejábamos de hablar
de todos esos poetas que ya murieron.
Sudábamos poesía
no necesitábamos el fuego
en aquellas sabanas marchitas
donde nadie, nunca, oso escribir un verso.