Gracias por darme la mano

El otro día iba camino a la farmacia. Tenía una gripa, de esas estacionarias, que lo ponen a uno medio tenso. Pensaba hacer lo de siempre: ir y comprar un par de antigripales, pensando en eso que dicen que lo hombres somos más flojos en las enfermedades. Cuando iba entrando, vi a un anciano, le pondría yo unos 75 años o más, con manos rústicas de trabajar en el campo. Al hombre se le veía tambaleándose de un lado a otro, como cuando uno se va a caer, casi con la frente en el suelo, como un avestruz. Como pude me acerqué y traté de levantarlo, lo senté en un par de sillas a un lado, y la farmaceuta al percatarse también, se acercó a ayudarme a que se repusiera. Ellos conversaban mientras yo prestaba atención:

  • Viejito, ¿usted qué hace solo por acá, no lo acompañó algún hijito?- Le pregunta la farmaceuta.

  • No, vengo solo. - Responde el anciano que seguía mareado -

  • Usted no tiene que ponerse a hacer esas diligencias solo, no debe. Tiene que acompañarlo alguien. -Le dice la farmaceuta con tono conciliador-

-Yo sé. Vine al médico desde la finca para que me diera algo porque me duelen los huesos y no puedo trabajar. Pero ya uno después de viejo los hijos lo dejan y le toca enfrentar solo. - Dice el viejo con tranquilidad-.

Luego, la farmaceuta le dijo que se quedara quieto un poco, con la finalidad de hacerle una toma de tensión arterial y darle algo de beber. Yo seguí en lo mío y compré un par de antigripales. Luego sentí la necesidad de hablarle y preguntarle cómo se sentía, que si necesitaba algo, a lo que el viejo me responde mirándome a los ojos:

-Gracias por darme la mano-

No dijo nada más. Después de eso, entendí que terminó dándome algo fue él a mí. Luego, como me puse un poco sentimental con su sincero agradecimiento, me ocupé de hacerle chistes malos de su escena:

-Vecino, es que uno cuando viejo como que comienza a caminar de gatas otra vez, ¿no? Ja, ja, ja. - Comenté con tono jocoso.

El viejo se reía de mis tontadas y me responde:

-No hijo, lo que pasa es que estoy practicando para bailar el San Juanero-

Al final, entre risas, estreché su mano. Le dije Dios lo bendiga, con la esperanza que ante sus mareos siempre aparezca alguien que, al menos, le brinde una mano y se gane ese tesoro misterioso de gratitud genuina, esa que nace de una persona que en soledad no puede sostenerse en pie y no tiene a nadie que le ayude a afrontar la vida.

Con todo, creo que mi gripa no está tan mal ahora que lo pienso…

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