¡Huye soledad!,
a ti que no te gusta mi risa,
si no soportas mi calma
en el andén del jubileo;
¡huye!, y no vuelvas la vista.
Acorralada y mal bromista,
perpetrando sarcasmo y mentira;
haces creer tu cinismo,
y has matado en tu trayecto,
amores reales,
amores benignos.
Cuando en el zigzag del deshielo
gastaste tus fondos,
en buscar nuevos adeptos;
porque en esta casa, fuiste “el Imperio”,
hasta que colmando tus huesos,
esa traviesa “esperanza”,
tiró de tu pelo.
¡Acompáñale además tú!,
intermitente y sinuosa,
¡maldita melancolía!;
te cansaste de pedirme
claudicar en tu lecho,
¡qué egoísta tu estirpe!,
¡qué tétrica tu entrada,
y tú despedirte!
No pierdo más mi arado,
por sentirles grima,
e inmerecida clemencia;
¡ingratos huéspedes!,
de un “hoy”, inconsecuente,
y débil, en desasosiego.
Y aquel desolador corrosivo,
agazapado en el dolor con motivos,
dijo ser coleccionista de olvidos,
pero falaz resultó ser;
no más que “rencor” escondido.
¡Qué troleros invasores!,
dicen haberles visto,
merodeando otros hostales tristes,
(corazones rotos, seres de lo
imposible).
¡Qué traidores corceles!,
¿qué más tragarán de un pobre,
confundido, ser hastío?,
¿serán en algún vivir,
bien recibidos?,
¿por qué no respetan
del corazón sus aranceles,
y del mal tiempo, su escondrijo?.