Glam

Algunas chicas viven con miedo. Yo no, prefiero vivir al día y una aventura cada noche. Por eso, en vez de montarme en un taxi con dos amigas camino a casa o esperar con todas en grupo la llegada del autobús, muchas noches decido desaparecer y caminar sola, ir de bar en bar y ver qué pasa.

A menudo me cruzo con gilipollas, sí, pero pronto los espanto. Sólo te diré una cosa: soy mucho más guapa que tu novia. Y eso a muchos hombres les acojona. Porque, aunque pueda decirse que el hombre en masculino es un depredador, a veces torpe y maleducado, pero siempre dispuesto a matar, comerse y follarse a su presa, también es cierto que, la soledad actual, vuestra obsesión políticamente correcta, ha convertido a los mayorías en betas que ni siquiera saben cómo acercarse a una mujer.

Y ya lo decía Aurora Beltrán: Si tu mirada está asustada, en fin chico, no me vales para nada. A algunas amigas mías les va el rollo romántico, tipo ese chico tímido que se sienta al final de la clase, a otras les gusta el tío que se acerca y las toma investidos en un derecho de conquista. Creo que Napoleón dijo algo así, que los hombres debían dejarse de mandar flores y bombones o de abrir la puerta y dejar pasar primero a la mujer caballerosamente. Porque a una mujer se le conquista y punto.

Pero. ¿Era un alfa Napoleón? Lo cierto es que en Waterloo le dieron bien por el culo. Seguro que en la isla de Elba tenía algún sirviente negro que por las mañanas le enseñaba la polla para recordarle que él no era el más macho. Puto Napoleón, la que lio para nada. Tanto como se lían algunos sólo para echar un polvo.

Aquella noche me metí en un bar con luces de neón y, en la pista de baile, de esas azules que tanto favorecen y te cambian el color del vestido. Bailaba de modo sexy empapada en Eme y con un par de copas de más.

Pero no os preocupéis, yo controlaba. Tengo una gran resistencia natural a todo tipo de estupefacientes. Soy consciente de lo que pasa a mi alrededor, vigilo todos los rincones y nunca dejo que ningún cazador me dispare. A menos que yo quiera que lo haga, claro está.

Seguía pensando en Napoleón y en los putos franceses. Por mucho mayo del 68 del que presumieran y con todo ese chovinismo, son todos unos putos gilipollas. Por eso me hizo tanta gracia la broma de Luís Zahera; yo también he soñado siempre con matar a algún francés. Pena que no me haya encontrado con ninguno en una de estas noches de aventura, se lo hubiera hecho pasar realmente mal.

Y, en fin, ahí estaba en la barra quien me iba a cazar esa noche. Yo no le había prestado mucha atención, porque se había pasado el tiempo en el que yo bailaba de espaldas a mí. No se había dado la vuelta ni una sola vez, ni para echarme una mirada furtiva. Supongo que pensaba que en una discoteca llena de orcos no iba a encontrar caviar. Del caro además.

Tenía sed. Y me dirigí a la barra invadiendo su espacio personal. Me miró y me dijo: “¿Qué quieres tomar” y yo respondí: “Creía que los camareros estabais siempre al otro lado de la barra”. Miró mi escote con malicia, y confieso que su sonrisa y su glam, no sé qué otra palabra podría usar para describirlo, me atrajeron sin remedio. Su peinado calculadamente asilvestrado fue lo primero que me llamó la atención y el contraste con su manera de vestir (vaqueros, una camiseta roja de David Bowie y su chaqueta de traje) hizo que aumentara mi interés. me llamó la atención. “Venga, en serio, ¿qué tomas?”. “Lo mismo que estés tomando tú”.

Hablamos sobre las cosas habituales. Que estaría bien que el gordo de Corea del Norte hiciera sus pruebas nucleares en Francia en vez de en Japón. Que Japón estaba sobrevalorado por culpa de esa generación X a la que le parecía lo más que tuvieran máquinas de vending en las que podías comprarte unas bragas por unos pocos yenes. Que finalmente yo no tomaría lo mismo que él porque a mí el Jack Daniels no me iba nada, era demasiado amargo y yo prefería mil veces el Cardhu. “¿Tienes dinero para pagar eso”, pregunté con sorna y él me dijo algo así como “el dinero no es problema nena”. Me encantaba que me llamaran nena, eso me desarmaba.

Así que me lancé y le besé. Fue muy impetuoso por mi parte, él casi se cae de la silla y le costó un poco de tiempo entender la situación. Me dije: “Yo ya he hecho la mitad del trabajo, no te meteré la lengua si tú no lo haces”. Y lo hizo, y tengo que decir que besaba de maravilla, sabía jugar, pasearse por mis dientes, lamerme el cuello. Hasta que, de repente, se quejó, le estaba clavando el bolso. Me preguntó a ver por qué era tan grande. Y yo le palpé los pantalones y le dije que ése era el único tamaño por el que tenía que preocuparse en aquel momento. E iba creciendo y creciendo, y estábamos besándonos y besándonos en la barra de quizá sí pero, en ese momento, no me pareció el mejor lugar para sacársela y metérmela así que le dije: “¿Dónde tienes el coche?”.

Salimos. La madrugada se confundía con el amanecer. Notó que temblaba un poco y me puso su chaqueta sobre los hombros. Todo un caballero. Pero mi temblor nada tenía que ver con el frío y bastante con la excitación. Esta vez debía ser todo perfecto. Llegamos a su coche, él adelantó todo lo que pudo los asientos delanteros con lo que nos quedó bastante sitio para poder jugar. El coche estaba bien, era amplio, pero no me preguntes ahora la marca ni el modelo, no es el momento, porque yo me bajé la parte de arriba del vestido y él pudo ver mis pechos, tocarlos y lamerlos profusamente. Le dejé que lo hiciera todo el tiempo que quisiera, no tenía prisa.

Aunque he de decir que, mientras él iba a lo suyo, yo iba a lo mío. Le desabroché el cinturón y lo tiré en una esquina, después le desabroché los pantalones, eran de botón no de cremallera, así que tiré de ellos con fuerza. Y al ver sus boxers pensé que no era de esos a los que su madre le sigue comprando la ropa interior. O eso o pertenecía a la rara especie de esas que tienen buen gusto. Le tiré para atrás, bajé por su pecho y le lamí la polla a través de la tela de su ropa interior. Quería ponerlo a mil y, no es extraño en mí, lo estaba consiguiendo, muy rápido, más rápido.

Bajé la cinta elástica de sus boxers, di un salto y dejé que me la metiera sin ningún problema. Él me dijo algo de que le diera tiempo a ponerse el condón. “Déjate de condones”, le dije. Había llegado el momento.

En las películas muchas veces se ve gente apuñalando a otra gente con cuchillos de cocina. Parece muy fácil, pero no os hacéis a la idea de lo difícil que es. Primero, hay que tener mucha fuerza para clavarlo. Yo estoy en forma y me resultó casi imposible la primera vez. De verdad, aquel tío casi consiguió librarse y, por un momento, yo llegué a temer por mi vida.

Dicen que las psicópatas no tenemos miedo, pero que ahora soy una chica experimentada, lo tuve mi primera vez. No sé ni cómo me libré, fue casi por casualidad. Cuando aquel cabrón intentaba inmovilizarme le di algo así como un puñetazo y le clavé el cuchillo en el cuello. Murió como un cerdo mientras yo practicaba clavándole el cuchillo por otras partes del cuerpo. La hoja se partió rápidamente y entonces pensé que debía utilizar algo más efectivo. Aquel fue mi primer flechazo.

Pero en aquel coche en el que estaba en ese momento, del cual no sabía la marca ni el modelo ni siquiera el nombre del chico glam, yo ya no era virgen. Ya era una chica con multitud de recursos. ¿Sabéis que se puede comprar un bisturí en Amazon? Se lo clavé en el costado y la piel se cortó como si fuera mantequilla. No hay nada mejor que un bisturí o un cúter, este último sobre todo si quieres rajarle a alguien. Él me miraba con ojos de no entender nada. Yo seguía cabalgando y su polla seguía erecta. Le besé en los labios y le dije: “Creo que te quiero”. No mentía. Me encantó el hecho de que se quedara paralizado.

Volví a coger el bisturí y se lo clavé en la clavícula. Una herida casi mortal. Le mordí el labio con tal fuerza que le arranqué un trozo y que escupí en el suelo. El suelo estaba lleno de sangre, también tenía sangre sobre mi pecho y entre las piernas. Él convulsionaba, no dejábamos de follar, no se le ablandó en ningún momento y no sé si estaba vivo o muerto cuando se corrió.

Me tomé un momento para respirar. Aquello había sido la hostia. Normalmente siempre quedaba en mí un poso de insatisfacción, pero aquella vez fue perfecta. ¡Hasta se corrió dentro de mí! “Con un poco de suerte tendremos un bebe precioso, ¿verdad amor?”. Y con el bisturí primero le rasgué las pestañas porque los muertos me gustan siempre con los ojos bien abiertos. Después me quedé con una cadena que llevaba en el cuello como recuerdo de una noche tan especial.

Tenía la ropa en el enorme bolso. Debía limpiarme, cambiarme de ropa, salir del coche, hacer una foto de la escena, subirla a Instagram (no, es broma), introducir un trapo en el surtidor de gasolina, quemarlo y alejarme lo suficientemente lejos para poder ver la expresión.

Por suerte, todavía no me había encontrado con nadie que tuviera un coche eléctrico, me pregunto qué haría si se diera el caso. En fin, una vez vestida, todavía con el regusto metálico de su sangre en la boca, salí caminando en busca de un taxi que me llevara a casa. Pensé en lo raras que son las relaciones actualmente, con todo lo que habíamos hecho y ni siquiera sabíamos ninguno como se llamaba el otro.

Se tendrá que quedar con el mote de chico glam.

Por si nos encontramos, para que no me pase otra vez, te lo diré: me llamo Turner, Ana Turner. ¿Y tú?

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