En las enlutadas noches de Gaza
ya no quedan estrellas ni media luna,
ni sueños suspirando por otras vidas.
Solo quedan restos de las bombas,
que tiñeron de sangre su hermoso cielo.
En las calles desiertas de Gaza
ya no bulle la vida como antes.
Todo ha quedado reducido a cenizas,
como el alma de esas criaturas
que han perdido su infancia.
Por las tierras devastadas de Gaza
yerran gentes con rumbo a ninguna parte,
secuestradas por el dolor y la hambruna,
la miseria, el abandono y el desaire,
condenadas para siempre a no ser nadie.
Por el desolado paisaje de Gaza
deambulan repatriados sin patria
en busca de sus hogares en ruinas,
de sus pertenencias hurtadas,
de sus algazaras silenciadas.
Por los caminos marchitos de Gaza
desfilaban tanques con hedor a muerte,
marchaban soldados rifle en mano
buscando víctimas en las que desfogarse,
dianas en las que hendir su ira.
Los corazones de Gaza ya no laten.
Los secuestraron a punta de pistola,
y ahora transitan heridos de bala,
hasta que en sus venas no quede
una sola gota de sangre.
En cualquier rincón de Gaza
alguien amargamente llora,
vierte lágrimas yermas,
que el alma tiene malherida
y sus esperanzas, rotas.
En Gaza una vida no valía nada.
Se cambiaba por un par de disparos
descerrajados a bocajarro;
por apenas dos puñaladas,
una en el pecho y otra en la garganta.
En la memoria perdida de Gaza
nada existe de lo que existió,
nada es lo que alguna vez fue,
tal vez nunca vuelva a ser
esa tierra falsamente prometida.
En la angosta franja de Gaza
los recuerdos de un tiempo pasado
se han quedado enterrados.
El presente es un tiempo muerto,
el tiempo futuro ni siquiera existe.
Para que Gaza no se olvide con el discurrir del tiempo