Fragmento de un diario - Día 13 (Tarde)

He visto llegar a la paloma y he sonreído.
Sí, en su patita venía… Venían besos,
venían caricias y venía un abrazo.

Seguí sonriendo.
No hacía falta que me dijera nada.
Lo dejó en la ventana y yo me acerqué a tomarlos,
a recibirlos, a darles el “buenos días”,
a sentirlos en mi cara, en mi cuerpo.
Era una prolongación de los rayos del sol
que hoy me saludaban,
era un saludo en la mañana.

La paloma se movía inquieta en el alfeizar,
quizás esperaba una respuesta.
Volví a sonreír y sí, si tenía respuesta.
Cerré los ojos.
Entonces empecé a soñar…

Era un paseo.
Largo, con muchos árboles,
por la orilla de un río.
No sabría decir donde,
pero había lugares con sombra.
Lugares de luz, con muchos…
muchos jardines también
y una gran diversidad de árboles.
Y allí, estaba, paseando.

Y allí te vi.
Estabas sentada en un banco.
Leías un libro.
Me acerqué.
Me miraste.
Sin decir nada me senté a tu lado.
Tú continuaste leyendo.
Entonces algo nos llamó la atención, a los dos,
y nos levantamos de pronto del asiento.
¡Ah, pero qué tontos!, había sido un ruído.
Nos volvimos a sentar.
Yo sabía que algo pasaba,
que algo estaba sucediendo y quería hablarte,
quería decirte “Hola, ¿qué estás leyendo?”,
pero no me atrevía.
Tú levantaste la cabeza del libro,
miraste al río y me miraste a mí.
Sonreías.
Bajé la cabeza.
Entonces oí tu voz:

-Bueno, me vas a preguntar ¿qué estoy leyendo?

Me eché a reír.

-Sí, es cierto. Eso estaba pensando. Quería preguntártelo pero no sabía cómo.

-Pues no era tan difícil. Solamente tenías que decirlo.

Suspiré profundamente.
Habías sido tú, quien rompiera el hielo,
quien abriera esa puerta,
quien diera alas y esperanzas a mis sueños.

Iniciamos una conversación
acerca de lo que estabas leyendo, de ese libro.
Dijiste que, bueno,
que era un libro de poemas,
concretamente las “Rimas” de Bécquer.

-Uff… Las Rimas de Bécquer… ¡Muy romántico!

Sonreíste.

-Estaría bien dar una vuelta. ¿Quieres acompañarme?

-¡Pero bueno!, si ni siquiera sé tu nombre.

-¿Importan los nombres en este momento?

-Bueno, de alguna manera tendré que dirigirme a ti, o tendré que llamarte, o no sé…

-Entonces, si precisamos de nombres, yo te llamaré Esperanza.

-¿Esperanza?

Sonreíste.

-Bueno, ¿y tú?.

-No sé.

-Te puedo llamar don Juan.

-Oh, eso te parezco, ¿un don Juan?

-Es broma, no me hagas caso. Puede ser la influencia de las rimas que estoy leyendo.

-No tiene importancia.

-Pero ¿continúas aún con ganas de dar ese paseo?

-Sí, sí, ¿por qué no?, me encantaría, además.

-Pues venga, vamos a dar una vuelta. Vamos hasta el molino que está un poquito más abajo.

-No sabía yo que había un molino ahí.

-Sí, si, hay un molino, ya verás, bueno, mejor dicho, fue un molino, ahora ya solo quedan las cuatro paredes de piedra y el cauce por donde bajaba el agua.

-Pues vamos a verlo.

Empezamos a caminar río abajo
buscando ese lugar donde, presumiblemente,
debían estar los restos del molino.
Y comenzamos a hablar.
Intercambiamos frases y palabras,
atendiendo a lo que nos decíamos.
Que sí, que sí. Nos emborrachamos,
nos embriagamos y llegamos hasta el molino,
sin darnos cuenta.

-Esto es muy bonito, tiene hasta una especie de represa.

-Sí, ya te lo había dicho.

-No me imaginaba nada igual.

-Bueno, pues otra cosa que has visto, y que has conocido.

-Sí, si, por supuesto. Lo que menos esperaba yo, hoy, era algo parecido, bajar y encontrarme a alguien que me prestara atención.

-Y ¿por qué no?

-Normalmente, no suele suceder eso. Si hablas la gente se asusta. Te mira con desconfianza y es lógico. Vivimos en unos momentos y en una situación que se presta a ello.

-Pero también pueden suceder otras cosas, como ésta. Y es que te encuentras a alguien que te conteste, que te diga que sí, que eres más que una sombra que va a tu lado, que sigue tus pasos y tus huellas, que va contigo a todas partes, que piensa lo que tú piensas, que siente lo que tú sientes, que lée la misma novela o las mismas rimas que tú estás leyendo, porque formo parte de ti. Soy tu sombra y tu esperanza. Soy tú y estás en mí, sin que tú lo sepas, sin que te des cuenta. Por eso te quiero, sin decírtelo nunca. Te quiero desde mi silencio. Te amo con un… con sencillez, con respeto, de esa manera invisible y casi imperceptible, como puede hacerlo una sombra. ¡Así soy!

Entonces te miré.
Miré tus ojos y vi que estaban llorando.
Miré tus labios y me di cuenta
de que estaban temblando,
y, entonces, simplemente te besé.
Fundí mi sombra en tus labios
y sentí el candor intenso de ese beso.

Rafael Sánchez Ortega ©
27/03/20

2 Me gusta