Flores de invierno,
rompí a llorar
con la sombra voraz
que fecunda el viento.
Fui polvo,
arena en vestigio
que traga el fuego
de un ser imperfecto.
El silencio inventó mil excusas,
hundía mi voz
en una sentencia que olvida.
Invisible fue el gemido,
la bestia siempre se toma
la leche de un niño.
Fue fatal el cansancio,
la fiebre mayúscula de un límite
que no estaba escrito.
Pero aprendí a no olvidar
a cargar con el miedo,
a liberar la garganta
de una peste que emana por dentro.
Me he vivido fiel,
renombrando la página
de la historia
de un mundo mejor.
He luchado mil batallas
trazando la sed sin reclamos.
Calladamente
he construido barcos,
cruzado los muelles
sin el abandono de un mar adentro.
Hoy la sonrisa
no es el murmullo de un lobo
junto a la puerta asechando.
El viento apagó
el dolor de ese fuego
que extingue todo lo que siento.
Ahora sé que el tiempo es para mí,
nunca olvidé el verdadero amor
que me tengo por dentro.
He caído, sí
pero sé levantarme,
envuelto en la frágil fragancia de un perdón.
El mío que siento.
Hoy la vieja herida no avanza,
aunque el cuerpo retrocede
y cruje con el sollozo de la edad.
He aprendido ha amar
los resquicios de un orgullo
en la quimera de unas hojas tristes de verano.
Flores de invierno
ya no tengo miedo,
el aliento sopla a la tierra sin viento.
Es primavera
la abeja llega,
está de fiesta.
Caminemos juntos
incitando el infinito,
el futuro testigo de mi testimonio.
Desde aquí me amaré
en el umbral de un firmamento,
respiro,
mi nombre cabe en cada palabra que llevo.
No tengo miedo,
he vencido un día a la vez
con las flores de invierno.
Maquinista Mute.
Con cariño para todos aquellos que han visto la luz en su propio perdón y han sabido trabajar su propia historia, tropiezan pero se levantan, van construyendo su historia.
Y estoy seguro que algún día muy cercano, lo lograrán por completo, porque ya no están solos, se tienen así mismos.