Fabrica de toros

Estaban muy contentos en San Catarino de La Uña, por aquella recién instalada fabrica de toros. Potros mecánicos y otras maquinarias que suelen usar los casinos. Una nueva opción de trabajo despertaba las esperanzas adormecidas de aquellas pobres gentes, la nueva fuente de empleo, además de salario apegado a los dictámenes de ley, ofrecía agua limpia y fresca a sus trabajadores durante todo el año, al tiempo que evitaba la única dependencia esporádica sujeta a las cosechas de tabaco y tomates, periodos en los cuales, se contrataba además de mano de obra local, hombres, mujeres y niños de los pueblos circunvecinos. La fábrica instrumentó tres turnos rotativos con más de cien empleados cada uno. La demanda tenia síntomas inabastecible. Una estructura metálica cubierta de resinas de fenol servía de albergue a unos mecanismos excéntricos que simulaban a un toro o potro brincando por efecto de impredecibles pulsos de corriente sobre actuadores electromagnéticos.
El padre Pancho ponía especial esmero en la homilía dominical para establecer vínculos celestiales con aquella generosa empresa que dotaba de un equipo de sonido a la casa parroquial y había cubierto los costos de refacción de la fachada de la iglesia; del mismo modo, pagaba los gastos que generaba el coro sacro de San Catarino.
El alcalde por su parte, expresaba gratitud, no solo por la puntualidad de los impuestos municipales, sino además, por el nuevo alumbrado automatizado de la plaza bolívar que había sufragado la pujante sociedad anónima.
Yo tenía dieciséis años. Había entablado una versión mil veces suscrita de ese sentimiento que los cursis insisten en llamar amor, con una joven cinco años mayor que yo, la cual se desempeñaba como operadora en una línea de ensamblaje final de aquella fabrica, ella, con sus influencias logró que me dieran un trabajo a destiempo sábados y domingos, interconectando circuitos electrónicos, aprovechando que ya cursaba el primer año de especialización electrónica en la escuela técnica de Santa Lucia.
El emporio industrial comercializaba sus productos como pan caliente, en primer lugar, en Estados Unidos —las vegas era su principal cliente— Canadá y prestigiosos casinos de las ciudades europeas, destacando entre ellos, las casas de juego elitistas que se han edificado alrededor del lago de Lugano en Suiza.
Mi padre era otro de los que rebosaban en contentura, ya que me había alejado del mundo de la música y el beisbol, yo trabajaba doce horas continuas y llegaba a casa extenuado. A él le regocijaba la idea de que yo aprendiera nuevas formulas de vida, centradas en el trabajo y alejado de los riesgos supuestos de los vicios que suelen emboscar a los músicos y otros artistas, y que además descubriera otros mundos al margen de la elaboración de carbón que demandaba un esfuerzo físico no precisamente directamente proporcional al lucro recibido.
A la comunidad de San Catarino le duró poco tiempo aquel espejismo progresista y de bonanza que trajeran los baños cubiertos en cerámicas, de olores y olores asépticos ni las sirenas de entrada y salida perturbantes de la quietud bucólica que se vivía en aquel pueblo finalizando el siglo veinte.
Los cierto es que un día, los perros antidrogas, de un puerto de Calgary, dieron al traste con todo ese contexto de prosperidad que se vivió en San Catarino, pues, detectaron dentro del relleno con que se complementa el volumen interior de los dinámicos toros mecánicos, una suspensión en polvo de comprobables efectos alucinógenos.
Yo también recibí en esos días mi dosis de desengaño. Mi novia— cinco años mayor que yo—, que se desempañaba como operadora de la línea de ensamblaje semifinal en la fábrica de toros, era la que pegaba los cuernos.

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Me ha súper encantado, Domingo.
Un relato genial.
Una pena que al final los toros llevaran gato encerrado y que la chica fuese experta en colocación de cuernos :sweat_smile:.
Bravo, olé :water_buffalo: :clap:.

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Jajaja qué genialidad, amo esa manera de relatar que tienes, aún cuando estoy súper ocupada no pude despegarme de ese fantástico relato hasta que no llegué al final. Cuando se desarrollaron esos acontecimientos yo no estaba por ahí, pero el final no me alegró pero me entró un fresco como dicen en nuestro país, todavía muero de risa.
PD: si sigues escribiendo relatos no voy a avanzar nada en mí trabajo jajaja

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Jajaja menos mal que aclaras que no eras tú la experta en cuernos jajaja

Besitos :kissing_heart:

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Jajaja buenísimo, te atrapa tanto el relato y no puedes adivinar el final … Ese es tu gran talento :hugs::hugs::hugs:que nos asombras con los finales !!! Aplausos y olé a esa experta en cuernos jajaja

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Jajaja yo no estaba ahí, pero esos cachos me alegraron el día, de repente alguien se vengó por mí, porsiacaso él se le ocurre desviar el camino, la venganza llego primero jajaja

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Si Walace, son los riesgos que se corren en amoríos con gente en nómina de fabrica de toros. Imagino que a la esposa del carpintero le debe ocurrir lo mismo; —el marido perfumandose a las 6 de la tarde y ella le pregunta:
—Pedro ¿Para a donde vas?
Y élle responde:
—Pues …!a clavar¡

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Hay que tener cuidado en la fábrica en que se trabaja, yo trabajé por montones de años en una pero yo era seria jajaja

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Jajaja, pues ni empleado en una fábrica de toros ni carpintero tampoco.
Lo mejor, ser funcionario, porque así te funciona :sweat_smile:.

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Muy bueno el relato, estimado amigo Ludico.
Impecable estructuración y contenido cuyo mensaje, de principio a fin, atrae su lectura consiguiendo dejarnos admirados y sorprendidos por el ingenioso final, propio de tu estilo.
Me encantó y te felicito.
Fuerte abrazo.

Saltamontes.

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Pero que en todo caso no sea aquel funcionario de Chéjov que murió por un estornudo. Saludos Wallacegere.

Muchas gracias mastro Saltamontes, es un honor su valiosa apreciación. Saludos.

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Valiosa es su obnra querido amigo.
Reitero mis felicitaciones.
Abrazos

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jajaja Buenísimo! Me ha encantado de principio a fin. Muy ingenioso!

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¡Fantástico! Ameno leerte. Tienes un estilo muy alegre, todo lo que te da la vida es sorpresa y risa. Felicitaciones amigo.
Un gran abrazo.

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