El dolor de la encina
en un desierto
refugiada entre las dunas
mudables
con el viento de los grandes titulares.
Duele el tallo verde quebrado
al posarse una mochila.
La semilla que quiso ser árbol
hundida entre los hierros de un andén.
El árbol joven que quiso ser frondoso tronco,
la antigua encina, el viejo roble,
todos creciendo hacia las nubes
todos fracturados, mutilados, quemados,
sacrificados
a un dios del odio sin sentido.
Duelen, más que el dolor,
la soledad y el frío
cuando se apagan los telediarios.
Cuando queda el exilio, la identidad perdida.
Y quedan los sueños arrojados al mar,
el esfuerzo de luchar contra el mar,
ese ir y venir de las olas,
testigos del dolor que sabe a olvido,
al paso de la inclemencia del tiempo.
La inclemencia del paso del tiempo, y aquello que no pudo ser, son ideas que van y vuelven entre tus versos, como las olas del mar.
El sacrificio ofrecido a un dios del odio sin sentido, de aquello que quiso crecer con ímpetu y con fuerza, me lleva a la imagen del daño que día a día la civilización le hace a la naturaleza.
Pensaba en tantas vidas sacrificadas y olvidadas del mundo. Tanto exiliado sin voz clama al cielo!
Y si pensamos en la Amazonia, sacrificada a un dios deldinero, del odio sin sentido, clamemos alto!
“La poesía es un arma cargada de furuo”
Gabriel Celaya