En el corazón del escritor hay una huella húmeda,
con la sangre seca de una pisada turbia y oscura.
Cuando la vida retoña y camina, se hacen surcos,
y los surcos recorren un sinfín de ideas silenciosas.
Para el pasado, no hay un recuerdo inalcanzable,
para el dolor, las heridas son cicatrices horribles.
Pero para el escritor, hay un vacío donde había corazón,
para él, la vida es un retoño corrupto de veneno.
Y hay un lugar que aun no recorre, y al que se dirige.
Todos transitan senderos similares, pero ninguno llega al final.
El escritor no tiene opción, y no se lo ha propuesto,
la libertad no radica en decidir si vivir o morir.
Para los hechos, quedan estos registros póstumos,
lo intempestivo de la misericordia del mundo, es un abismo.
A la poesía del escritor se le puede difamar, una y otra vez,
pero las rimas estéticas se le hicieron muy vacías para su hueco.
El profundo hueco de su pecho debía llenarse con palabras absurdas,
que se degradaban paso a paso hasta el infinito.
Su falta de popularidad y su fracaso, no hicieron más que darle razón,
para decir que el mundo no quiere oír la verdad detrás de las cosas.
Y sin ser pretencioso, alcanzo a entender también ese hecho,
cuando se difuminaban en columnas de humo sus esperanzas.
Ahora la huella en el corazón es una herida.
Y cuanto más late y se agita,
mas se desangra.
