Es septiembre…
La luz oblicua de la tarde
se inclina alargando mi sombra,
cuajando mi rastro por la tierra serena
de estos días somnolientos.
En la piel dorada,
luce un sol de membrillo
que adormece los campos.
Y una brisa leve, abierta en abanico,
acaricia las vides eternas…
Es septiembre…
Tiempo de vendimia.
Las uvas ambarinas,
entre el verdor de los pámpanos,
absorben con lentitud de ceremonia
religiosa
los últimos rayos de un astro mortecino
en el ocaso quebrado de esta tarde
esquiva y transparente.
Es septiembre…
Y en el lagar, flota un aroma a vino
nuevo fermentado.
Mosto pálido y temprano, vino joven
en mis labios.
El néctar sagrado de los dioses
corre con alegría como un río
desbocado
refrescando corazones y calentando
las miradas, que arden.
Resuenan en el recuerdo…
los sones y colores de la penúltima fiesta,
de música y bullicio,
de compases de zapatos de tacón
y fuegos anaranjados y fugaces
en el cielo de una noche
encendida de estrellas.
Es septiembre…
Y por mis manos,
corre la sangre dulce de granada,
incruento sacrificio de equinoccio
para honrar la memoria
de mis versos perdidos, de mis besos
escritos.
Es septiembre…
Y se acortan los días perezosos
de verano.
Y se alargan mis sueños de hoja errante sin destino
buscando con prisa un lugar de descanso
sobre la mullida hierba de un noviembre
cada vez más cercano.
Tintinean mis días con las gotas
de las lluvias primerizas
que asientan el polvo y aplacan en el alma
las tormentas vespertinas.
Nubarrones violetas y furiosos
que se van como vinieron
asoman por detrás de la torre de la iglesia.
Es septiembre…
Y de mi corazón se vierte, a paso quedo,
un chorro húmedo de melancolía
en el aire cambiante y traicionero
del umbral del otoño.
Y en mi cielo…
hay un revuelo de pájaros inquietos
estremeciéndose despacio, impacientes por emprender la huida hacia nuevos
y lejanos horizontes.
Es septiembre…
Y mi piel y mis ojos se olvidan
del verano, poco a poco.
El otoño los arropará
en un lecho de hojas secas.
Luego…vendrá el invierno.
Pintura: “La vendimia en Jerez” Joaquín Sorolla