Eras una torre alta, muy alta, tan alta,
esbelta, muy esbelta, tan esbelta.
Torre de ágata.
Galatea entre las torres.
Torre esbelta y alta.
Eras unos aposentos en lo alto,
aposentos infranqueables,
inabordables, inalcanzables,
insondables.
Un corazón de ágata o de amatista.
Un corazón insondable, inalcanzable, infranqueable.
Eras la guerra,
y todas las batallas perdidas de una guerra ganada,
y todas las guerras ganadas en una batalla perdida.
Eras un río, una trenza de ríos,
todos los ríos desmadejados
desembocando en un océano insondable.
Eras un sol, un sol de agua,
una clepsidra de soles,
un sol de arena, un sol de polvo blanco,
un sol de instantes,
un sol negro, un sol con espinas,
eras todos los soles
desembocando en un agujero negro insondable.
Eras mi sueño,
la pesadilla en mi sueño,
el filo de la noche,
la navaja de la noche
que va rasgando las comisuras de un hermoso sueño,
eras todos los cuervos negros
de todas las pesadillas
desembocando en un sueño insondable.
Y yo,
solo era un caballero sin armadura
incapaz de trepar tu torre tan alta,
un guerrero sin espada
incapaz de pelear contra ti otra batalla u otra guerra,
un pez incapaz
de nadar contra la corriente de todos tus ríos,
un cosmonauta con rotas alas doradas
cayendo en el centro de todos tus soles,
un soñador atrapado
en el laberinto concéntrico
de los sueños que yacen
en tus pesadillas de ensueño.
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Poesía de Alejandro Cárdenas