Siempre hubo un espacio dentro mi cuerpo,
para llorar, con fuerza.
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Un imperdonable segundo,
buscando,
o huyendo de mi rostro.
Y esperaba que nadie me descubriese,
un perfil de cenizas entre mis dedos.
Era ella,
o era yo,
o era el sueño.
Era mi niebla,
un suspiro reprimido en mi garganta,
o era ella,
raspando con sus uñas, los espacios laterales,
de mi cuerpo arrodillado sobre un monte, admirando la inocencia del vacío.
Y esperaba que nadie me descubriese,
diluida dentro de las líneas.
Era ella,
o era mi niebla.
(Silence rides the fog, Susan Maxwell Schmidt).