Tu
día parece reflejarse
en mil penumbras, y aunque te desnudes al alba, sabes
cuántas madrugadas faltan para versificar
el amor.
O
para
hacer y deshacer
los latidos del alma, cada vez que se alargan sobre las noches
de tus costumbres.
Después de ese instante, el destello de la luna
se hace carne, hasta que equilibra
tu hoy.
O
compensa el ahora,
en tanto vibra el ceño cuando te llega un antojo.
No
obstante
voceas el encanto, una y otra vez, y quizás hasta el hartazgo,
pero con el tiempo arraigado
en las manos.
O en los labios,
según las raíces vivas de las entrañas.
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