Salvé buenos momentos en poemas
con la única esperanza
que me salven en mis malos momentos.
Que me lean en voz alta lo que fui,
y los viejos nervios recuerden cuanto sentí.
Que encaucen dolidos derrames de memoria.
Y en ruinas oprimidas por la selva del tiempo,
perforadas por raíces y lianas,
vengan esos versos pájaro
a cantar sus viejas glorias.
Bitácora de épocas con robustos latidos
para repasar durante palpitaciones tristes,
extravíos del corazón.
Porque si ya no hay futuro feliz,
hay que ser feliz con el pasado
aún con su bagaje de desdichas.
Hay puntos en que estamos listos para ser aves
y uno va sintiéndose más nube
impregnándose de sabor a tierra
y sientes la lengua del aire ensalivándote
y cómo los elementos te degluten.
Te lastiman ciertos quistes en el corazón.
Cierto síndrome de cobardía.
Es cuando recurres a esos hombros
que tú mismo te hiciste para llorar.
Las palabra escrita
huellas de suspiro y lágrima entre páginas,
pétalos disecados
que todavía guardan cierto perfume.
Respiro a punta de suspiro,
me inspiro,
vuelvo a ver esos profundos ojos dilatados
donde aleteaban auroras boreales.
Escribí un verano eterno
donde tuve que irme amando
llevando el alma destrozada
¡Como detenerla si ya no quería luchar!
Aquí estarán, fieles, incondicionales,
poemas desfibriladores
para los múltiples infartos que da la vida.
Recital a mi mismo
contra el olvido fulminante al miocardio,
el paro cardíaco final de la conciencia.