Entre sueños y realidades

Tener una hora extra para vivir cada día no parecía gran cosa. Rogelio habría preferido tener esa hora para dormir, pero el caso es que veinte minutos extra en la cama, no le hacían diferencia; una o dos vueltas más, un soportar un tanto esa tenue música de fondo ─obligatoria─ de su complejo habitacional, mientras cuenta unas cuantas ovejas negras adicionales antes de conciliar el sueño. Diez minutos más para el almuerzo tampoco le alegran la existencia. En cambio, media hora extra en la jornada de trabajo, era una de las grandes injusticias impuestas por el comandante de su unidad, o al menos así lo sentía y vivía él. Esa mañana, al otro lado del irrompible vidrio hermético del comedor, el frío allá afuera, parecía más gélido de lo usual. Este bendito rincón, en este bendito mundo, es una heladera eterna. Pensaba Rogelio para sí mismo, mientras ingería con desgano, el desayuno usual de los lunes.

─ Roger, buenos días. ¿No me esperaste para empezar a desayunar? ─ le reclama Lena, su gran amiga y eterna enamorada, un simple crush temporal, suele pensar él ─ que me llamo Rogelio, Lena, ya sabes que no me encanta que me digas Roger ¿acaso soy gringo o qué? ─ le espeta él ─ perdona Lena, que debo llegar tantito más temprano al trabajo, se averió, aunque levemente, la unidad de extracción de aire viciado que instalé el jueves pasado ─ continúa ─ no te preocupes, te estoy fregando nada más, tratando de usar un poco de sentido del humor que no es común en mi pueblo de origen ─ es cierto, me has contado anécdotas de los terribles malos entendidos que viviste en ese tu pueblo recóndito de la madre Rusia por la falta de sentido del humor del lugar ─.

Lena es una ingeniera agrícola especializada en cultivos orgánicos, principalmente en ambientes hostiles. Conoció a Rogelio al regresar de sus terceras vacaciones de Rusia, compartieron asiento en el transporte que los traía. Y entre ellos fue una cosa de simpatía a primera vista, aunque ella sigue empeñada en que está secretamente muy enamorada de él. Su español en aquella época, aunque técnicamente bueno, no era excelente en la práctica, y se le dificultaba por alguna razón pronunciar su nombre, así que le plantó el sobrenombre de Roger. Y él, aunque insiste que le choca el nombre, viniendo de Lena, se le hace como una tierna caricia a su ego, de su amiga del alma en esta su cuarta década de vida.

Roger no imaginaba plenamente el día que le esperaba, eso de “se averió, aunque levemente”, estaba muy lejos de la realidad. Le tuvo que batallar las ocho horas y media de su jornada, más la mitad del tiempo de su almuerzo ─apenas pudo atorarse un sándwich de atún y un agua mineral─ e inclusive sacrificar dos de sus preciadas horas de sueño. Pero finalmente, conquistó su meta del día, reparar esa unidad, seriamente averiada. Por la noche llamó por teléfono a una de sus varias amiguitas consentidas. Así les llamaba él a cualquiera de las tantas chicas que escasamente llegaba a conocer, se acostaba con ellas unas pocas veces a lo largo de unas breves semanas, y no se volvía a acordar de ellas. Aunque el repertorio escaseaba de vez en cuando. Vivir en una comunidad tan compacta tenía sus desventajas. Lena no dejaba de insinuarse, sutilmente, mas no por un mero interés pasional o por un período en que se dejase llevar por las hormonas, sino porque en el fondo, fantaseaba con iniciar un romance profundo y significativo con él, aunque este debiera iniciar en la cama, dadas las credenciales de su tan preciado amigo. Pero él nunca ha querido ceder a esa tentación, estima demasiado a Lena como para perderla por unos revolcones vacuos e intrascendentes. Afortunadamente, año con año se sumaban algunas chicas nuevas en la expansión colonial. Luego de una hora de mieles pasionales, y de expulsar el demonio de agobio que se apoderó de él durante la dura faena de ese día, despidió a la chica, con una frase cortés, pero decidida y cortante. Ella, con desilusión, le dice que el viernes estará libre, por si quiere ir a tomar una copa con ella. Rogelio la mira con un ojo medio abierto y el otro cerrado, con expresión de ya me caigo del sueño ─ sí claro, tengo tu teléfono, yo te he de llamar; cierra la puerta al salir, no me queda un gramo de energía, caigo ahora profundo en el sueño ─ se despide. Ella camina algo cansada, pero, sobre todo, desilusionada. ¿Qué le pasa? Piensa Rogelio. Esta chica había sobregirado ya su cuota de noches en su lecho. No pensaba verla otra vez, jamás.

Esa noche, el sueño es quizá, más profundo de lo que esperaba. Hondo muy hondo es el agujero onírico en el que se deja caer. Y el sueño que protagonizará esa noche, será un parteaguas en su vida. Aunque no llegue a descubrirlo así, sino hasta mucho tiempo después.

( continuará . . . )

Poesía de Alejandro Cárdenas
@AljndroPoetry 2020 - Ago/4

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