Con tus leves ojeras,
con tus labios granates,
con tu aroma difuso,
con tu cuerpo adorable,
una tarde cualquiera de agosto,
al morir del verano, llegaste…
Como leves salmodias
que estremecen el aire,
como blancas espumas
que las olas reparten,
como ardor de una llama
que en la hoguera se abre:
Entraste como los lobos
y me rompiste la carne
marcándome a dentelladas
ardientes flores de sangre;
gemiste como el ocaso,
que en oro entierra a la tarde,
y sepultaste mi cuerpo
en la avidez de tu hambre.
Y después, una mañana,
en que muertos pistilos y estambres
se cayeron al suelo las flores,
de mi lado, al fin, te marchaste:
¡Como niebla sutil del otoño
que entre robles dormidos se esparce!