La alucinación calefacciona la habitación
aportándole energía al silencio.
La soledad vive abrigada
y no le afecta la indiferencia.
Por lo menos, el sollozar viene tibio,
no combina con la frialdad predominante
en el ventanal metalizado.
Se conserva la reliquia de ese soñar
envuelto en papel de seda azul,
como tesoro en el fondo del mar.
Pensares que aportan
perfumes a las flores plásticas.
Ideas neutralizando euforias.
Pensamientos, sin ningún sustento real.
Algo pudo haber sido y nunca será.
Una sensatez, un absurdo.
Diestro, zurdo, derecho y siniestro.
Se vaporiza la razón
y refresca el sentimiento.
Elixir, panacea, ungüento
aplicable a las almas adoloridas.
Entelequias acumuladas en el jardín.
“Para siempres” que son para nunca.
Entes que televisan sequías.
En el más allá prevalece la utopía.
Fantasía: acicate para vivir.
Afuera nieva copos de su voz
y la humedad se imprime en la ropa vieja
Le imagino y recreo otra vez su canto.
Su último aliento ríe mejor
y busco sorpresas en los bolsillos rotos.
La ilusión desciende bruscamente,
por la pendiente de una cascada alta
y sale ilesa, porque lleva alas.
Un arco iris luce en el cielo de la boca
y otro, emerge de la fuente lagrimal
y adopta una forjada sonrisa,
como una herradura coloreada para la suerte.
¿Por qué en sus hoyuelos crecen sauces tristes?
Tanto ánimo para cantar, mi amable demente.
Las nubes conformarían un coro. ¡Se lo aseguro!
Las voces fluirían por las acequias de la distancia.
4 de abril de 2013