Eran enamorados, se encontraban de noche.
Les unía un amor violento y despiadado,
los furores de él se reflejaban en ella,
se hacían reproches y había que temerlos.
Ella tenía un alma sinuosa y oscura
y él era un ciclón destinado a estrellarse
pero había ternura en las miradas
y había sueños.
Se tendían desnudos bajo la ardiente luna
y, en la noche telúrica, el deseo se hacía tierno.
Luego, duda y recelo crecían hasta romper
el puente que hubiera podido unirlos,
barcas sin remos que van contra corriente.
Se cuenta que ella resbaló,
él extendió los brazos para salvarla
y cayeron, cayeron, cayeron.
El caballo sin jinete brincó en el horizonte helado,
como si huyese de alucinantes sombras,
y sus cascos sonaron como tambores de infierno
sobre las piedras, un sonido brutal, fragor
que atruena los oídos y empapa el aire caliente.
(de “Poemas malditos”)