En las rocas
donde el mar huele
a salitre, y la brisa humedece
la piel
hasta empaparla con esa pátina de sal
que reabre las heridas.
Aquí reside el secreto de las olas
que golpean la memoria
y rompen
en espuma los recuerdos.
Hace ya algunos años
le escribí un poema al mar
con un mensaje:
—Devuélveme el ámbar de sus ojos—.
Es posible que Neptuno
aún no lo haya leído, y yo
le sigo escribiendo
en este rincón de la playa
año tras año.