En la Sierra Morena
hay un lugar que dejé
cuando partí a andar los caminos.
Un lugar
en mis sueños
adónde quisiera volver.
Pero no.
Y allí, allí hay.
¡Ay que te ay!
Un árbol que llora.
Un árbol de buena hechura,
de tronco que brota,
que muere por la hendedura.
Un árbol a quién pregunto,
¿quién te hiere?,
¿quién te cubre de cicatrices?,
¿quién se atreve a quebrar
tu corteza?
Prepárate,
prepárate.
Una novena ha pasado.
Aquellos que te han dado la vida
no se han olvidado.
Y yo,
nunca supe apreciar
el valor que muchos,
no tan atrás,
fieramente ganaron.
Imaginé que allende estas montañas
el mundo era igual.
Pero no.
Y allí, allí hay.
¡Ay que te ay!
Un árbol que llora.
Un árbol que crece y empequeñece,
milagro del agua y el tiempo
que se alza hasta el firmamento.
Un árbol a quién pregunto,
¿quién te arrebata?,
¿quién te da muerte?,
¿quién se atreve a quebrar
tu corteza?
Prepárate,
prepárate.
Aquellos que te han criado
vienen a cobrarse el fruto
de tu pecho.
Ser columna y arco,
bóveda y cimientos.
Ser ramas y tronco,
hojas y raíces.
Ser como tantos que han caído
y que aún florecen.
Y al fin,
no nos odies.
Henos aquí, libres,
y estos serranos
no volverán a doblegarse.
Y al fin,
quisiera verte,
no verte llorar más
cuando por última vez
recorra los caminos
de vuelta.