En la cafetería

Siempre que la contemplo detrás del mostrador
me pregunto si no viviré dentro de un sueño,
estoy convencido que ella o yo
seguramente habitamos
espacios imaginarios,
pues vivo en el asombro.

Ella, por ejemplo,
es la imagen de esa tierra firme
que se asoma en la distancia,
atesorada en un catalejo sediento de destino,
mientras un ojo de marino asombrado
voltea hacia la tripulación a la deriva,
y grita sin pensarlo,
İTierra a la vista!

Ella es la salvación de todos los naufragios,
la costa imaginada por el navegante,
el reposo de la ola cuando desciende
y acaba reducida a espuma y sal.

Es la que miro con los ojos cerrados
la que extiende sus pupilas
y las transforma en un abrazo que no me alcanza,
es un aroma que palpita.

Es cualquier día de la semana
al salir del trabajo,
la alegría plena de dirigirnos
hacia nosotros mismos,
con una parada en la cafetería,
ordenar un “espresso” sencillo
para regocijarnos
con su saludo silencioso,
mientras baja mirada,
y continuar soñando.

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