En el salesiano

Una vez, a mis 12, de visita dominguera en el internado salesiano, una vieja cacatúa vecina me llamó descarada, porque le dije que yo tenía un amante bohemio, poeta y vagabundo, de largos cabellos y oloroso a alcohol, que me ofrecía su vida a cambio de nada, que me mandaba besos en sus cartas y que anhelaba repetir conmigo la historia de Romeo y Julieta… Mi “amante” era del Pío XII y yo del María Auxiliadora. Ese día, yo mostraba orgullosa una carta recién recibida. Fui castigada duramente, no lo olvido y aislada para no corromper a las demás chicas.

Mucho tiempo después, cuando probaba el vestido para mi fiesta de 15, quise mirar la luna a través de una ventana y descubrí, casualmente, la inquieta desnudez de aquella vecina, compartiendo, entre arbustos, su cuerpo de señora respetada, con un tipo de cabello corto que olía a perfume barato, mientras el marido trabajaba.

Hace mucho yo dejé de ser niña. El tiempo me hizo comprender el profundo significado de la palabra amante, que antes desconocía. Y aquella vieja vecina, tan “recatada”, sigue siendo “la señora de tal”… ¡como si nada!