Quien al poeta dé su finiquito
odia de corazón la poesía,
quizás porque de nadie ya se fía
y la belleza igual le importa un pito.
Tan sólo de mentarlo yo me irrito,
porque entender no puedo la manía
contra quien al brindar su simpatía,
tienen los vándalos de Dios bendito.
En el limbo no viven los poetas,
y menos sobre nubes de algodones
para ignorar el tedio de su gente,
cuando tiran a dar con escopetas
si metidos se ven entre follones
que a diario nos relata el intendente.