Anudados a la noche, deambulan como lobos engarzados a mil sombras.
Individuos solitarios entre nieblas sonámbulas. Se buscan entre oquedades, entre heridas, en los duermevelas que apuntan las horas muertas en libretas de cristal.
Manadas partidas en tatuajes cerebrales.
Nombres y besos indelebles.
Memoria traicionera que marca a fuego el sabor de una boca, el olor de la piel entregada.
La suavidad de los poros desaparece, se aleja en un punto de fuga imposible de atajar.
Y aullarán a la luna de sangre. Gigante, dejó su dulzura aparcada en Venus.
La noche revela dos astros intocables. Arrastrados por descargas eléctricas que erizan el vello de cada cráter.
El roce se desvanece, como el pincel entre agua de mil colores.
Hebras aladas. Giran, se arremolinan en el hueco del vientre.
Allí donde cada uno guarda su nombre… para siempre.