En el aire volaban las motas
del polvo de las balas clavadas
del llanto empobrecido.
Y aquellas motas que el cuerpo desprendió
en su unión de fuego con los poros ajenos,
suplicaban la vuelta al arjé separado y colérico.
Llevará animoso su coraje
la pertenencia de esta eterna simbiosis
de mi alma herida y sangrante que pretende
huir sin vuelta de su pobre entraña infinita.
¿Serán los cielos de diamantes los que envíen esta perversa orden
de encadenar a mis raíces con su savia hechicera y feroz?
¿Será la tierra ambiciosa y anhelante la que
envíe esta perversa orden
de amarrarme a su crisantemo
mortífero y atrayente?
Aire,
que vacío logras hacer nadar
a los pájaros gigantes que vuelan
en el silbido arrasante y vivo,
recoge a mis cadenas para que naden
alegres con las alas y las aves que en tu seno cantan libres y duermen serenas.
Cielo de diamante,
que en las nubes congelas los rayos del Sol donde subyace el deseo de realidad deseante,
lleva a las cuerdas que me atan a su cuerpo con tu fiel negro cielo de la noche salpicada de pecas.
Tierra ambiciosa y anhelante,
¡Oh! Madre que esconde y acoge a los huesos inertes y pesados como el plumaje,
lleva a mi unión con su aura a tu descanso eterno y soñador de tierra protectora y autoritaria.
Atadura fuerte y resistente,
resiste muerta en la mañana soleada y despejada,
vuela libre, indispensable sufrimiento,
y convierte tus cadenas en polvo limpio y luz del túnel, sintiéndolas por siempre así,
compañera del aire, la tierra y los cielos.