Ella me hacía cuestionar la veracidad de mis palabras y la calidez de mi pecho. A veces me miraba con ternura, y otras veces me arrebataba el aliento.
Ella me hacía doler las piernas y también me hacía caer en llanto. En ocasiones la quise, y otras veces la amé. Aunque no pude explicarle cómo el destino se manifestó en mi vida, ahora puedo decirle que mi destino, mi único destino, fue su abrazo.
Quisiera decirle que tiene razón tantas veces como desee tenerla, pero ¿de qué sirve? ¿De qué me sirve querer y querer si al final todo es diferente? Nunca nada es suficiente.
Ella me llamaba frío, y mi corazón se derretía por ella. Derrumbé mis murallas poco a poco para poder observarla de cerca, pero los escombros le incomodaban. Mis defectos, mi silencio y mi herida la perseguían como la incertidumbre clavándose en el alma. Y aunque ella me quería, aunque me amaba, no podía soportarnos.
Ella no deseaba vivirnos ambivalentes, y yo tampoco. Ella no quería sentirnos distantes, y yo tampoco. Ella no quería ocultar sus sentimientos, y yo quería escucharla. Pero ella quería escucharme a mí, y yo quería protegerme. Quería cuidarla, quería complacerla, y aunque me esforzaba por hablar desde el corazón tanto como ella, yo no era suficiente para ella. Yo no daba lo suficiente.
Ella siempre ha sido ella, y siempre será ella, noble, dulce y tierna. Yo siempre he sido yo, triste, nostálgico y roto. Ella no buscaba cambiarme, pero sí conocerme tal y como soy, y eso que soy yo, no le gusta a cualquiera. A veces, incluso tengo que admitir que tampoco me gusta a mí.
Ella decidió marcharse. Me dijo que sabía que me daba igual, suponiendo que no me dolería. Y aunque le dije que no era así, sabía que ella no me creería. Al final del día, siempre cae la noche. Una noche fría. Marzo se despide, y con él, nuestra despedida.